Cárdenas sin retoques

 


Hace algunos días, escuchaba un podcast en donde, en un momento, los conductores hablaron de los que consideraban los mejores presidentes de México. Entendiendo que no eran historiadores ni mucho menos, me llamó la atención sus respuestas, ya que son las que muchos mexicanos tendrían, si se les hiciera la misma pregunta. Hubo quien mencionó a Porfirio Diaz, a Miguel Alemán, incluso a Salinas de Gortari; pero un nombre apareció constantemente en la terna: Lázaro Cárdenas. 

Lo anterior nos habla de lo efectiva que es la historia oficial en imbuir el pensamiento de los ciudadanos. En un libro, escribí en el prólogo que a los historiadores se les dio un poder que le fue negado a los mismísimos dioses griegos: el de alterar los hechos pasados. 

Si analizamos la historia, no oficial, de Cárdenas, nos topamos, no sólo con que no fue uno de los mejores presidentes en la historia de México, sino que fue, incluso, uno de los peores. 

Antes de empezar, me gustaría enfatizar que es necesario que nos deshagamos de la visión blanco y negro/bueno y malo que nos han impuesto en la escuela. No hay un solo personaje histórico que haya sido totalmente bueno o totalmente malo. Fueron seres humanos, con virtudes y defectos. De la misma forma los presidentes, cuando los actos buenos superan a los malos, hablamos de un buen presidente y viceversa. 

Uno de los motivos de al abrir este blog es el de hablar de hechos históricos y quitarles el velo de mentira que les impuso el oficialismo durante décadas. Así que no hablamos de historia conservadora o liberal, de derecha o izquierda, Hablamos de historia… sin adjetivos. 

Pero hablemos de Cárdenas. En lo militar, Cárdenas fue soldado sin fortuna y sin talento. Apenas alineado en las fuerzas de Calles, sufrió su primera derrota en San Fermín, cerca del cañón del Púlpito; luego en Zinapécuaro, Michoacán, y finalmente en 1924 el general Buelna le destrozó todas sus fuerzas en Teocuitatlán, Jalisco, lo hizo prisionero –ya herido- y lo entregó al general Enrique Estrada, quien no lo fusiló, como entonces se acostumbraba. Buelna no llegaba a los 33 años; pero era famoso por su habilidad y valor y se le había dado el sobrenombre de “Granito de Oro”, aludiendo también a su pelo rubio. Se dice que cuando Obregón se enteró de que el general Cárdenas había caído prisionero, comentó: “Pero que ocurrencia de Cárdenas, presentarle batalla a Granito de Oro”. Cárdenas fue internado en un hospital de Guadalajara, donde le ayudaron a fugarse. 

En lo ideológico, la figura que más influyó en la formación de Lázaro Cárdenas fue el general Francisco J. Mújica, marxista y fervoroso masón. Cárdenas era afecto a las teorías marxistas desde muy joven y con frecuencia se le veía, aún en campaña, con un libro de Marx o Engels bajo el brazo. 

Cárdenas subió al poder en 1935. En ese momento las huelgas estallaban por doquier, en el campo se multiplicaban como nunca los misérrimos ejidos, la demagogia corría desbocada por todo el país, la intranquilidad nos inundaba y la economía nacional se desangraba copiosamente.

Cuando Cárdenas recibió el país, el centavo tenía poder adquisitivo y con él se podían comprar dulces, chicles o pequeñas porciones de azúcar o café. Una comida corrida costaba 50 centavos; un peso en un restaurante de primera categoría. Los tacos, 5 centavos; un refresco, 5 centavos; el corte de pelo, 20 y 30 centavos; un periódico, 5 centavos; la entrada al cine, 30 centavos, una botella de vino tinto importado, un peso. Este nivel de precios se empezó a romper en los primeros meses de cardenismo debido a la demagogia que abatía la producción. El alza de los salarios era parcial y jamás daba alcance a la creciente carestía.

En esos momentos, Cárdenas se hallaba empeñado en eliminar al callismo, cosa que en su primera fase requirió más maña que fuerza. Calles se hallaba en su rancho de Sinaloa, donde seguía siendo el jefe máximo de la Revolución, y Cárdenas le pidió que se trasladara a la Ciudad de México para tratarle un asunto urgente. Ya en la capital, Cárdenas le explicó a Calles que los sindicatos se estaban escapando a su control y le pidió que hiciera unas declaraciones tendientes a frenar la agitación.

Nos separamos con la habitual cordialidad –refirió Calles posteriormente- con muestras de efusión de su parte y me apresuré a servirlo. Otras veces pude haber desconfiado del actual presidente, pero no en aquella en que caí redondo en su trampa.

En efecto, Calles formuló sus declaraciones contra demagogia sindical que empezaba a ahogar al país. Éste esperaba que Cárdenas hiciera luego otras declaraciones semejantes y restableciera el orden y la tranquilidad; pero resultó todo lo contrario, pues Cárdenas habló en tono recriminatorio contra Calles y dijo que las huelgas traerían “como consecuencia un mayor bienestar para los trabajadores”, que él cumpliría con la Revolución “sin importarle la alarma de los representantes del sector capitalista” y que tenía “plena confianza en las organizaciones obreras y campesinas del país.”

Inmediatamente después de esa maniobra para ubicar a Calles como enemigo del “proletariado”, Cárdenas eliminó de su gabinete a los personajes callistas y llevó gente a él.

Todo esto fue un duro golpe para Calles, quien estimaba a Cárdenas desde que se desertó del villismo y se unió a él en Sonora. En 1917 don Plutarco solía llamarlo cariñosamente “El Chamaco”. “Más que mis propios hijos, mis hijos por la sangre, es mi hijo mío Lázaro Cárdenas, por el espíritu”. Más tarde, siendo ya presidente, Calles ayudó a Cárdenas a hacer carrera política; le dio un impulso importante a las logias masónicas y a la creación de ejidos. Posteriormente lo llevó a la presidencia del PNR, en 1930; en el 31 lo trasladó a la Secretaría de Gobernación y en 1933 a la Secretaría de Guerra, para luego sostenerlo como candidato único en las elecciones de 1934, después de unos días de duda, porque lo juzgaba “un hombre impreparado, muy inquieto y con ideas extremistas”. Pero a la vez le tenía afecto y confianza y en vísperas de las elecciones dijo en su rancho de El Tambor: “Yo lo he hecho, lo he formado y le tengo tal cariño, que al verlo experimento la misma emoción que cuando veo a mi hijo Rodolfo.” Por su parte, Cárdenas llamaba a Calles “padre y maestro”.

Calles estuvo varios meses en los Ángeles, en tratamiento médico, y el 13 de diciembre de 1935 regresó a la Ciudad de México. Al día siguiente Cárdenas destituyó a los generales Joaquín Amaro, director de educación militar; a Manuel Medinaveytia, comandante de la primera zona militar y a otros varios, por haber ido a recibir a Calles al aeropuerto. Además, desaforó a cinco senadores que también asistieron a la bienvenida.

Portes Gil, jefe del PNR, expulsó a Calles del partido por “traición al programa de la Revolución”, sin importarle a éste que ocho años antes Calles lo había puesto en la presidencia de la República. Los gobernadores de Guanajuato, Durango, Sinaloa y Sonora fueron derrocados por haber enviado felicitaciones a Calles. Lombardo Toledano organizó un mitin y Cárdenas dijo desde el balcón de Palacio que los callistas eran traidores.

Calles fue desterrado a Dallas, vía Brownsville. De Dallas se trasladó por tierra a una finca cercana a los Ángeles.

El jefe máximo había caído desde su grandeza de 20 años sin que nadie levantara un dedo a su favor; ni sus partidarios sinceros, a quienes la masonería inmovilizó con el engaño de que era necesario esperar y planear bien el desquite, ni sus partidarios oportunistas, que inmediatamente apoyaron el nuevo amo, ni mucho menos el pueblo, que se sintió vengado.

El país se estremeció de gozo y esperanza. De gozo, porque al fin el callismo se extinguía, y de esperanza, porque creyó contar con un régimen que abjuraba de su origen vergonzoso y que trataba de hacerse merecedor del poder que ostentaba.

En lo político, quien más influyó en los ascensos de Cárdenas fue don Plutarco. Por eso muchos acusan a Cárdenas de ingratitud; pero podría decirse que la vida personal de político desaparece, anulada por sus obligaciones ante los intereses colectivos. Pero no fueron los intereses colectivos lo que le importaba a Cárdenas.

Pronto, el programa social y político cardenista derivó hacia el comunismo. Claro, sólo se lo aplicaba a los demás, pues él mismo comenzó a adquirir fincas valiosísimas. Y lo mismo hicieron sus principales colaboradores. Entre ellos, Garrido Canabal, el de Tabasco, que al llegar a Costa Rica dos años después, como refugiado voluntario, hizo depósitos por medio millón de dólares, aparte de lo que ya guardaba en bancos de Nueva Orleáns.

El propio Cárdenas ocupó los púlpitos de las iglesias del Bajío, pera recitar sus sermones laicos y anticlericales, y Garrido provocó un escándalo nacional cuando mató a balazos docenas de católicos que salían de misa un domingo en Coyoacán. Este ataque a mansalva fue estreno de unas guardias dependientes de la Secretaria de Agricultura, llamadas “los camisas rojas”, que se dedicaron a cerrar iglesias y quemar santos por todo el territorio nacional; pero muy especialmente en la tierra del maestro de Cárdenas, el estado de Sonora.

El 24 de febrero de 1936, quedó integrada la CTM (Confederación de Trabajadores de México), cuyo ideario decía que lucharía contra el proyectado servicio militar obligatorio, contra todo lo que condujera a la guerra, contra los credos religiosos y a favor de la unión internacional de los obreros. Desde su nacimiento tuvo subsidio del gobierno y sustituyó a la CROM como organismo gubernamental para el control político de los obreros.

Contrariando la libertad de dedicarse a cualquier actividad lícita y la libertad de asociarse o no, que establecer la Constitución, la CTM tuvo todo el apoyo gubernamental para impedir que trabajaran los no sindicalizados. Este recurso se unía al de las huelgas siempre ganadas y así se atraía más fácilmente a las masas. Mediante el temor o la conveniencia. Una vez dentro, los sindicalizados eran manipulados, sujetos a la cláusula de exclusión que podía privarlos del diario sustento.

Con dinero del erario nació en esa época la Universidad Obrera de México para formar líderes marxistas bajo la dirección de Lombardo Toledano, Víctor Manuel Villaseñor, Issac Libenson y Federico Bach. Colaboraban con ellos numerosos conferenciantes que venían de la URSS, como Dimitri Sokolov.

Se sentaron las bases para que los empleados oficiales también pudieran hacer huelgas en los servicios públicos indispensables, se dio preferencia a los de filiación comunista.

El PNR, la CNC y el Partido Comunista celebraron con un mitin en el Toreo la formación de su Frente Popular. Arnulfo Pérez, que se había declarado públicamente “el enemigo personal de Dios”, fungía como secretario de Acción Obrera del PNR y anunció: “La consigna de los revolucionarios de México debe ser la lucha por que se implante en un futuro próximo la dictadura del proletariado”.

Se llegó a ridiculeces como la de anunciar por la XEFO y la XEUZ, Radio Nacional, que el Zócalo era “la plaza roja de Iberoamérica” y que ante el desfile proletario “el sol parece que se porta mejor con nosotros; se han escondido, avergonzado de ser fascista”.

El último día de ese mes, el PNR se convirtió en PRM y quedó organizado en cuatro sectores, según el modelo soviético, sin ocultar en el punto IV de su “Declaración de Principios” que su meta era el marxismo. El pan sexenal del PNR tenía claramente esa orientación y algunos de sus carteles mostraban a Cárdenas en overol y con una hoz y un martillo.

Las huelgas aumentaban en todo el país; algunas con su fondo de justicia y la mayoría como arma política para agitar a las masas. Pequeños talleres quebraban y sus trabajadores se quedaban cesantes; pero la fraseología de adulación política al obrero llenaba el ambiente. En 1934 hubo 202 huelgas, con 14,685 parados; en 1935 estallaron 642, con 145,212 trabajadores; el año siguiente 674, y en 1937 hubo 833 huelgas, con 182,012 obreros.

A las peticiones justas se agregaban muchas que el patrón no podía conceder, y como de todos modos el sindicato ganaba, la irresponsabilidad se enseñoreó de los centros de trabajo. Ya no era la competencia la que podía hacer surgir al obrero a los puestos superiores, sino su docilidad a los líderes.

Toda esta demagogia sólo tendía a lograr el control político de los trabajadores. Con el halago de las huelgas, siempre ganadas, se atraía a los obreros no sindicalizados y se les uncía a la CTM. En el festín de aumentos ficticios, todos querían estar del lado de los vendedores. Una vez sindicalizados, quedaban firmemente dominados mediante la cláusula de exclusión.

La cláusula de exclusión garantizaba que el obrero asistiría forzosamente a los mítines políticos, aunque no estuviera de acuerdo con ellos, y que daría su adhesión pública a todas las decisiones del régimen. El obrero al servicio del Estado.

Toda la nación sufrió pérdidas incalculables con la demagogia cardenista. El desquiciamiento de los Ferrocarriles Nacionales fue un ejemplo relevante de la ilógica forma de gobernar.

En 1908 las líneas férreas habían sido la primera empresa extranjera que el país logró nacionalizar. El régimen de don Porfirio adquirió la mayoría de las acciones del Ferrocarril Nacional y del Ferrocarril Central, a los que fusionó en Ferrocarriles Nacionales de México. Esa nacionalización no produjo crisis económica, ni devaluación de la moneda, ni reclamaciones internacionales, ni alza de precios. La publicidad oficial elogiaba a don Porfirio, pero ni de broma alcanzó la zalamería desorbitada que se dio con la nacionalización del petróleo.

Ferrocarrileros mexicanos demostraron su competencia y sentido de responsabilidad. Los trenes siguieron corriendo puntualmente y eran parte importante de la economía nacional.

Con las luchas internas entre revolucionarios, los ferrocarriles comenzaron a ser destrozados. Se quemaban puentes, se volaban trenes, se levantaban ferrovías y el equipo iba de uno a otro lugar, sin que hubiera tiempo de repararlo.

Para 1919, los ferrocarriles se hallaban gravemente heridos y necesitaban 50 millones oro para su rehabilitación; pero el erario estaba exhausto y la destrucción proseguía. En 1921 estalló una huelga de ferroviarios y para que no se suspendiera el servicio se llamó a personal extra. Calles apoyó a los de nuevo ingreso, llamados “esquiroles”. Al terminar la huelga, se quedaron todos, lo que significó un aumento innecesario de 14,500 trabajadores. Los costos de operación aumentaron y el equipo y las vías siguieron deteriorándose.

Ya con Cárdenas, se acentuó la ruina de las líneas ferroviarias. Antonio Madrazo, exdiputado y exgobernador de Guanajuato, fue designado presidente de los ferrocarriles y su primera preocupación fue la de controlar al gremio. Permitió que los líderes del sindicato intervinieran en los nombramientos de los empleados de confianza y aplicaran la cláusula de exclusión a los trabajadores que les presentaran residencia. Muchos experimentados ferroviarios fueron postergados, a favor de incompetentes que se plegaban al comité ejecutivo sindical. La disciplina se desquició.

El 23 de junio de 1937, Cárdenas decretó la expropiación de la empresa ferroviaria –que ya prácticamente había dejado de tener control sobre los ferrocarriles- y accediendo a las demandas de Lombardo Toledano y del Partido Comunista creó la Administración Obrera de los Ferrocarriles. Los líderes del sindicato fueron investidos legalmente de facultades para nombrar a los miembros del Consejo de Administración y para removerlos libremente. El desorden era descomunal. El sindicato era juez y parte a la vez.

Los choques y los descarrilamientos empezaron a generalizarse. En 1938 hubo 400 accidentes y en 1939 hubo 380; pero más graves. El erario tuvo que apuntalar los ferrocarriles con 88 millones de pesos; en 1940 en auxilio fue de 89 millones más y el déficit continuó creciendo vertiginosamente. El país se conmovía con tragedias cada vez más frecuentes, sangrientas y costosas. El equipo ferroviario se destruía, las vías no se reparaban y la indisciplina iba en aumento.

La inercia de este desorden se prolongó durante muchos años y tan sólo de 1935 a 1950 los salarios se cuadriplicaron; el movimiento de carga productiva sólo se duplicó; el manejo de furgones se hizo más lento y todos los itinerarios se desquiciaron hasta con demoras de 24 horas. El sexenio cardenista entregó los ferrocarriles hechos una ruina y con un déficit creciente.

 

Cuando Cárdenas llegó al poder, el Sureste necesitaba con urgencia que se emprendieran nuevas obras constructivas. Los estados de Yucatán, Chiapas, Tabasco y Campeche, y el territorio de Quintana Roo, podían ser ayudados para explotar la ganadería; se podía impulsar la pesca; podían aprovecharse los caudalosos ríos Usumacinta y Grijalva para generar hasta cuatro millones de kilovatios; podía impulsarse la industrialización del Sureste con plantas de celulosa o con productoras de sosa, de magnesio, de insecticidas y de cemento; en muchas de estas tierras había agua suficiente para dar acomodo a veintenas de millares de campesinos de otras regiones del país; podía también fomentarse el turismo aprovechando las zonas arqueológicas, que son las más ricas del mundo; pero nada de eso se hizo. Al contrario.

Cárdenas comenzó en 1935 y 1936 por afectar el 25% de las tierras yucatecas en explotación. Durante 1936 el Banco de Crédito Ejidal operaba 53 ejidos, los cuales dejaron una pérdida de 556,705.76, a pesar de que ese año el henequén subió de precio.

Los henequeros creyeron entonces que ese experimento fallido haría a Cárdenas más cauto; pero como no eran resultados sociales ni económicos los que se buscaban, sino políticos, Cárdenas anunció su determinación de aplicar en forma total el nuevo sistema.

Los antiguos sindicatos, las leyes y los tribunales de trabajo fueron hechos a un lado. El peón de hacienda quedó convertido en ejidatario y ya no tuvo a quién reclamarle sus derechos; ya no podía demandar protección contra el abuso de su patrón, pues la reforma lo había vuelto siervo del Estado y contra el Estado no cabía reclamación alguna. El que protestaba perdía su ejido.

El descontento de los ejidatarios yucatecos iba en aumento. Ganaban menos que antes, carecían de los derechos más elementales, se les robaba al recogerles su cosecha y se les robaba al venderles implementos de trabajo.

En abril de 1938, el descontento estalló incontenible entre los ejidatarios yucatecos. En Umán arrastraron por las calles al jefe de zona del Banco Ejidal; en Tixpeguel estuvieron a punto de hacer lo mismo; pero intervino oportunamente la policía; en Izamal ocurrió un saqueo de comercios y amenazas de muerte contra funcionarios gubernamentales del Banco Ejidal. En Mérida hubo grandes desfiles de ejidatarios que lanzaban mueras al Banco y que pedían mayor salario.

Cárdenas ordenó entonces al jefe de Operaciones Militares de Mérida que apoyara con tropas todas las disposiciones en materia agraria y que inmovilizara con mano firme toda protesta de los campesinos. Además, expidió el Código de Defensa Social, en donde clasificaba como delito “todo acto que en cualquiera otra forma perjudique la industria henequenera” Entre esos actos figuró hasta el hecho de que los pequeños propietarios pagaran a sus peones salarios más altos que los que percibían los ejidatarios, pues tal cosa provocaba “comparaciones perjudiciales al ejido”.

El desastre de Yucatán se repitió en la Comarca Lagunera. En lo que iba del siglo habían hecho prosperar esa región como ninguna otra del país. Abrieron sistemas de riego y 900 norias electrificadas, para lo cual invirtieron más de sesenta millones de pesos; suma muy considerable en ese entonces. Prácticamente ahí no había latifundios y los trabajadores agrícolas tenían sindicatos que podían haberles gestionado diversas mejorías en su ya relativamente alto nivel de vida.

Sin embargo, en 1936 la mayor parte de la Comarca Lagunera fue súbitamente convertida en ejidos colectivos mediante el fraccionamiento de 468,386 hectáreas, de las cuales 77% eran de riego. La laboriosidad de quienes habían creado ese emporio agrícola fue castigada con confiscación, sin pago alguno, pues sólo se indemnizaba a los extranjeros no españoles, porque ingleses y norteamericanos tenían el apoyo de Washington.

Las pérdidas en el Banco Ejidal de la Comarca Lagunera ascendieron a por lo menos 250 millones de pesos en el lapso de 1936 a 1943, íntegramente cargados a los hombros de los contribuyentes. Mientras que antes se pagaban impuestos al fisco y se aportaba riqueza a la corriente económica de la nación, los nuevos ejidos colectivos no podían pagar contribuciones y en vez de aportar riqueza, consumían dinero del erario.

Durante el sexenio cardenista se convirtió en ejidos una superficie de 20 millones 72,057 hectáreas, más del doble de lo que se había fraccionado los 20 años anteriores. Además, hubo el agravante de afectar muchísimas tierras que estaban siendo trabajadas, en vez de fraccionar predios baldíos, como en gran proporción se había hecho en los regímenes pasados. El número de ejidatarios aumentó en un millón 67,797 y los ejidos abarcaron aproximadamente el 40% de la superficie de explotación.

La situación se convirtió en desastrosa. Los pocos que lograban la ayuda oficial a costa del contribuyente –y que se hallaban sujetos a que los agentes del Banco Ejidal que los robaban al recogerles sus cosechas o al entregarles medios de labranza--, no llegaban al 15 por ciento. La inmensa mayoría se hallaba abandonada a su suerte. El gobierno no podía auxiliarlos porque ni todo el presupuesto le bastaría para hacerlo.

Las grandes masas de ejidatarios que hizo Cárdenas no poseían el capital, ni agua, ni aperos, si semilla seleccionada, ni fertilizantes, ni insecticidas, ni técnica. Nada de esto se repartía, ni podía repartirse, con el ejido prestado.

Para 1938, el llamado reparto de tierras había afectado 22 millones de hectáreas. La estadística oficial revelaba la desastrosa realidad: sólo seis millones se hallaban en “explotación”, y ésta era parcial. En militares de parcelas se trabajaba a ritmo lento, apenas para obtener ínfimos frutos que dieran miserable sustento a sus poseedores; pero ya sin aportar productos para el mercado nacional y además sin poder cubrir contribuciones.

Ramón Beteta, subsecretario de relaciones Exteriores, miembro del “Phi-Beta-Kappa”, consideró que la política agraria aún era “moderada” y abogó por la supresión total de la pequeña propiedad.

La demanda de víveres subía y la producción disminuía. Comenzó a ocurrir entonces una reacción en cadena que habría de causar incalculables daños a la economía nacional en los 20 años siguientes, pues México tendría que importar durante mucho tiempo gran parte de los víveres que consumía y esto desequilibraría la balanza comercial, con las consiguientes devaluaciones e inflación.

El ejidatario fue el primero en sufrir el desastre agrícola, y cientos de miles de ellos tuvieron que emigrar en busca de sustento, en tanto que los demás –en su inmensa mayoría- viven míseramente.

Para rematar, Cárdenas formó en julio de 1935 la Confederación Nacional Campesina, para darle al régimen mayor dominio sobre los campesinos.

La verdadera historia de la expropiación petrolera

En 1901 el país ni siquiera sospechaba la enorme riqueza que tenía en petróleo y brindaba facilidades a los angloamericanos, cuyas exploraciones parecían más una aventura que un negocio seguro. La técnica de perforación de pozos nos era desconocida y se requería mucho capital y peritos extranjeros para emprenderla.

Tales circunstancias fueron aprovechadas por los extranjeros para hacer un magnífico negocio. Y de la ambición justa pasaron a la voracidad insaciable. Hubo magnates que engañaron o presionaron a los indígenas para que les arrendaran lotes en 150 pesos mensuales, como el de Chinampa, Ver., del que luego extrajeron 75 millones de barriles de petróleo. La Huasteca Petroleum Company, de Rockefeller, se las arregló para pagar sólo doscientos mil pesos por el campo de Cerro Azul, que le produjo más de 18 millones de barriles de aceite.

Los magnates petroleros no sólo abusaron de los dueños de los terrenos aceitíferos, sino que trataron al país siempre con desprecio y altanería. Si inicialmente se justificaba la exención de impuestos, la situación varió considerablemente desde 1912, cuando ya gran parte de lo invertido se había recuperado y era evidente que se trataba de un negocio seguro y productivo.

La gran oportunidad de que México recuperara su petróleo le tocó a Cárdenas. La expropiación se realizó el 18 de marzo de 1938.

Pero para ser fieles a la verdad, hay que decir que fue más cuestión de suerte que de un acto de “extrema soberbia y heroísmo inaudito”.

En 1938, la economía nacional se asentaba en dos bases esenciales: que Estados Unidos nos comprara más del 90% de todas nuestras materias primas de exportación, y que nos vendiera toda clase de máquinas indispensables para la industria, los transportes y la vida moderna. Además, que nos concediera créditos comerciales y empréstitos. Un boicot parcial en cualquiera de esos puntos desquiciaría las finanzas mexicanas. Y el régimen no podría buscar ayuda en Europa porque ésta se hallaba en vísperas de guerra.

En cualquier momento Estados Unidos podría haber forzado un cambio político en México. La colosal maquinaria publicitaria de Nueva York habría presentado el hecho como una inevitable medida de defensa ante el rompimiento de garantías y compromisos internacionales, o cualquier otro recurso poético-periodístico.

Realmente, Cárdenas nunca desafío al gigante del norte ni fue un “defensor de la soberanía ante el imperialismo yanqui”, como dice la izquierda. Siempre fue fiel y obediente a los mandatos del norte.

Cuando Josephus Daniels fue nombrado embajador, relata lo siguiente: “Aproveche mi primera visita al Presidente, para manifestarle la impresión que me había causado al desembarcar en Veracruz, observar que todas las iglesias estaban cerradas. Esto si viera usted, señor Presidente, le dije, causa muy mal efecto a los extranjeros que pasan por el Puerto y añadí: ¿Qué no cree usted, señor Presidente, que ya es tiempo de dar por terminado este conflicto religioso, haciendo entrega de las iglesias a los sacerdotes y abriéndolas al culto?”. Resultado: a los ocho días se abrieron los templos en todo el país, con beneplácito de la población que empezó a alabar el “espíritu tolerante” de Cárdenas.

En cuanto a la educación en las escuelas, se aseguraba que la política del régimen era solamente un eco del “New Deal” Roosveltiano. Empezó por entonces a correr la iniciativa de levantar a Roosevelt un monumento en vida, ya sea en Monterrey o en la capital de la República.

Fue una serie de venturosas circunstancias internacionales, poco antes de la Segunda Guerra Mundial, lo que determinó que México pudiera expulsar a las empresas petroleras.

Si en los primeros momentos de la expropiación pareció que el país jugaba con fuego al desafiar a la fuerza combinada de Estados Unidos e Inglaterra, y si parecía que Cárdenas había dado un paso de inaudita temeridad, bien pronto comenzó a conocerse el gran secreto: la expropiación fue realizada con el previo consentimiento del presidente Roosevelt.

El portavoz de la presidencia, el general Ignacio M. Beteta declaró a “Ultimas Noticias": "La expropiación de las compañías petroleras ha sido rubricada, no solamente por el pueblo mexicano, sino también por el gobierno de los Estados Unidos.”

Los intereses angloholandeses, la compañía El Águila, representaban el 70.5% de la industria petrolera en México, mientras que las compañías estadounidenses, el 29.5%.

Según Vasconcelos, el borrador del decreto expropiatorio fue llevado por el señor Rafael Zubarán Capmany (antiguo secretario de Industria y Comercio) a Estados Unidos para ponerlo a la consideración de las autoridades norteamericanas.

Los más dañados por la expropiación eran los ingleses, cuyas ganancias en 1936 habían sido de 42 millones de pesos, frente a 13 millones ganados por las empresas estadounidenses.

Contra lo que se suponía, el trust Rockefeller, la Standard Oil, resultaba menos afectado de lo que parecía a primera, vista, pues tiempo antes de la expropiación se deshizo a buen precio de una parte considerable de sus acciones y después de la expropiación consiguió considerables ingresos con la baja cotización impuesta al petróleo mexicano mediante el pretexto de la lucha contra el nazismo.

Pero el gobierno británico reaccionó violentamente, desconoció la expropiación porque el pago de las indemnizaciones no era inmediato y pidió la devolución de los campos petroleros. Para sorpresa de todos, Cárdenas contestó rompiendo relaciones con la Gran Bretaña. Muchos creyeron que se iba a hundir el suelo.

La situación era muy negra porque México no tenía dinero para pagar las indemnizaciones de contado. La falta de exportaciones petroleras provocó desde luego escasez de dólares y vino instantáneamente una devaluación de 3.60 a 4.85 pesos por dólar. El pueblo soportó estoicamente al alza de precios y hasta hizo aportaciones económicas en especie para ayudar a pagar la deuda. Pero lo que se recaudaba era más bien simbólico dada la enormidad de la indemnización petrolera.

La indemnización fue de 127 millones de dólares aproximadamente. Incluyendo intereses, el total ascendió a poco más de 182 millones de dólares.

Dos datos interesantes:

1.     A los estadounidenses se les empezó a pagar dos años después de la expropiación y se les terminó de pagar en 1953. El pago a los ingleses se inició en 1948, diez años después de la expropiación, y se terminó en 1962.

2.     Los grupos de Estados Unidos fueron los más favorecidos con las indemnizaciones.

El general Cárdenas pactó el pago al grupo estadounidense Sinclair, que recibió indemnizaciones por casi el doble del valor de sus instalaciones.

El grupo Sinclair representaba el 9.21% del valor de la industria y recibió el 16.12% del total de las indemnizaciones según cálculos del ex director de Petróleos, Antonio J. Bermúdez. Mientras que el grupo inglés El Águila se le pagaron 51 centavos por cada peso que correspondía, según el avalúo practicado por el gobierno mexicano.

Dentro de esa situación, surgió la llamada rebelión cedillista. A principios de 1938, las relaciones entre Cárdenas y el general Saturnino Cedillo, ex secretario de Agricultura, eran muy tirantes. Cedillo pensaba que Cárdenas empujaba a México hacia el comunismo y pensó acaudillar la resistencia. Aunque no preparaba un levantamiento inmediato, no lo descartaba a futuro como un medio de tomar el poder. Cárdenas sabía que ya no contaba con Cedillo y que estaba formándose un grupo cedillista al que comenzaban a fluir diversas corrientes de oposición. Cárdenas aprovechó la coyuntura de la expropiación petrolera para resolver el problema Cedillo.

Primero, acordó cambiarlo de San Luis Potosí a la zona militar de Michoacán, donde se encontraría solo entre gente hostil. Mientras Cedillo se resistía pasivamente al traslado, Cárdenas concentró más tropas en San Luis Potosí. Finalmente, Cárdenas se presentó en San Luis y le hizo una espectacular exhortación para que se disciplinara. Cedillo no había tenido tacto político para salir del embrollo, y lentamente se había dejado empujar hacia una rebelión abortada y torpe. Terminó remontándose a la sierra como guerrillero, sin más apoyo teórico que los ejidatarios potosinos armados; pero en la región había casi 10 mil soldados de Cárdenas.

La propaganda oficiosa presentó a Cedillo como instrumento del imperialismo yanqui y británico, lo cual era absolutamente falso. En realidad, estaba solo, con algunos paupérrimos ejidatarios que lo veían como jefe, y jamás las empresas petroleras le prestaron apoyo. Tampoco contó en ningún momento con el apoyo del Departamento de Estado estadounidense.

A salto de mata, huyendo de las tropas que los perseguían, enfermo de diabetes, Cedillo vagó por la sierra de San Luis ocho meses, hasta que el 13 de enero de 1939 fue muerto por sus perseguidores.

El 26 de marzo de 1938, el Departamento de Estado estadounidense envió una reclamación muy severa contra la expropiación, en el papel de indignado reclamante; pero el embajador Daniels pidió al presidente Cárdenas que la consiguiera como no recibida y como no entregada.

La carta dirigida por Cárdenas a Roosevelt, el 31 de marzo de 1938 confirma los hechos:

“Mi gobierno considera que la actitud adoptada por el gobierno de Estados Unidos de América, en el caso de la expropiación de las empresas petroleras, confirma cada vez más la soberanía de los pueblos de este continente, que el estadista del poderoso país de América, Su Excelencia el presidente Roosevelt, ha sostenido entusiastamente.

“Por esta actitud, señor embajador, su presidente y su pueblo han ganado la estimación del pueblo de México.

“La nación mexicana ha vivido en estos últimos días momentos de verdadera prueba en los que no sabía si debería dar rienda suelta a sus sentimientos patrióticos o aplaudir un acto de justicia por parte del país vecino, representado por Su Excelencia.

“Mi país se siente feliz de celebrar hoy, sin reservas, la prueba de amistad que ha recibido de usted y que el pueblo llevará siempre en el corazón…”

Otra nota menos agresiva –todavía para cubrir las apariencias- fue entregada el 21 de julio, y en pocos días se iban canalizando las reclamaciones hacia el pago de indemnizaciones conforme los Tratados de Bucareli.

Es decir, el monto de tales indemnizaciones no habría de ser fijado por tribunales mexicanos, con soberanía y sin injerencia de extranjeros, sino por una comisión de reclamaciones en la que el gobierno de Washington sería a la vez juez y parte.

Los rumores de las represalias económicas se disiparon el 14 de abril cuando el Secretario del Tesoro, Morgenthau, dijo que podían seguirse vendiendo en Nueva York los cinco millones de onzas de plata que el gobierno de Cárdenas vendía mensualmente allí. Y en esos días llegó a México John W. Davis, de Davis & Company, de Nueva York, a concertar con Cárdenas las primeras compras de petróleo expropiado, el cual comenzó a ser exportado en los últimos días de ese mismo mes, a cuarenta días de la expropiación.

Con significativa prontitud, la Standard Oil buscó un arreglo y forzó a las empresas británicas a hacer lo mismo. Charles W. Stephenson dijo en el “Boletín del Servicio de Archivos de Ginebra”: “La expropiación del petróleo de México es una victoria yanqui”.

Por caminos insospechados, México recuperó su petróleo, y lo sarcástico del asunto es que la política internacional rooseveltiana nos benefició en el asunto petrolero; pero el régimen cardenista desaprovecho esa suerte, porque en vez de poner bases económicas en Pemex, puso bases políticas. Al crear el monopolio oficial del petróleo, se excluyó el capital y la iniciativa libre de los mexicanos. Estos quedaron excluidos del campo de actividades al igual que si fueran extranjeros.

Después de la expropiación se presentaron graves problemas para Pemex, pues muchos de los principales técnicos se fueron con las compañías extranjeras. El equipo en gran parte era viejo y obsoleto. Sin embargo, el mayor problema lo constituyeron los líderes sindicales y nuevos funcionarios que asentados en demagogia, favoritismos, irresponsabilidad y despilfarros se apoderaron de la industria petrolera.

Pemex marchó desde el primer día con un lastre nefasto. Los favoritos políticos aumentaron personal más rápidamente que la producción; los costos se triplicaron y no fue suficiente con ir subiendo el precio de la gasolina hasta sextuplicarlo. Las exportaciones, que en 1938 superaban en nueve millones de barriles a las importaciones, en 1957 eran un millón de barriles inferiores a las compras al extranjero, y la inmoralidad de líderes y administradores quedó siempre impune.

Los puestos no fueron dados a los más capaces, sino a aquellos que tenían un mayor poder entre los trabajadores.

En 1938 trabajaban 17,600 trabajadores en la industria petrolera; tan solo dos años más tarde aumentaron a 21,940.

En 1927 la producción anual de barriles de petróleo en México fue de 64 millones aproximadamente, con 12,500 trabajadores. En 1947, 20 años después, ya estatizada la industria, la producción fue de 57 millones aproximadamente, 11% menos, con 18,822 trabajadores, 130% más trabajadores que 20 años antes.

De Pemex no ha recibido la nación más que el orgullo de que ostente los colores nacionales. Y si bien es cierto que paga los salarios más altos del país (considerando prestaciones), también es cierto que no está lejano el día que la corrupción y el gigantesco exceso de personal acaben con una industria que pudo haber sido factor importante en el desarrollo del país.

 

Pasando al tema educativo, ya desde el 10 de mayo de 1934 Lázaro Cárdenas había dicho públicamente que “la libertad de conciencia es la dictadura clerical”; que “la libertad de enseñanza es la dictadura de la reacción” y que “la libertad económica es la dictadura capitalista”, y consecuentemente quería acabar con esas tres libertades. Así resumía su formación marxista.

Hubo durante el cardenismo aumento de las misiones culturales; pero sólo se utilizaron para difundir el socialismo sui géneris de sus consejeros y para activar la propaganda anticlerical y anticapitalista.

En vísperas de convertirse en Secretario de Educación, Ignacio García Téllez habló en Hermandad Masónica de Monterrey y anunció la agonía del sistema capitalista y la urgencia de que la enseñanza fuera “socialista”. Varias logias lo secundaron públicamente; Carlos Madrazo fue nombrado presidente de la Confederación de Estudiantes Socialistas, para iniciar una campaña socialista y anticatólica, y el 13 de diciembre de 1934 se decretó oficialmente que la educación laica diera su siguiente paso lógico para convertirse en socialista.

El 15 del mismo mes, durante el “sábado rojo” organizado en Bellas Artes, Manlio Fabio Altamirano dijo que “necesitamos que la juventud no tenga mitos, santos, dioses ni religiones”, y Arnulfo Pérez H. anunció que el Vaticano se convertiría en la Casa del Obrero Mundial.

El 8 de enero de 1935, Cárdenas decretó que las escuelas particulares que no impartieran la enseñanza socialista serían clausuradas. El día 11 fue capturado el sacerdote Cacho, para cerrar el templo del Espíritu Santo, en Tacubaya; hubo un gran tumulto en que llegaron a dispararse 5 mil tiros, según cálculos de la policía, aunque la mayor parte al aire. Oficialmente se dijo que había habido 10 heridos y un muerto, y extraoficialmente se afirmó que los muertos eran 10. El día 27, el Arzobispo Pascual Díaz declaró que la persecución era peor que la de 1926. Once días más tarde el arzobispo fue secuestrado e incomunicado 24 horas en la sexta delegación de policía, acusado de haber ido a oficiar al Estado de México sin autorización gubernamental.

Apoyándose en facultades extraordinarias, Cárdenas expidió la Ley de Nacionalización, de discutible valor constitucional, y con base en ella aceleró la confiscación de edificios de obras sociales católicas. Esto se hallaba de acuerdo con el plan de impedir que la iglesia realice tales obras para luego acusarla precisamente de que no las realiza. En enero hubo 17 confiscaciones, en febrero 14 más, y el total durante 1935 ascendió a 298, incluyendo templos, orfanatorios, conventos y asilos.

El 3 de marzo se realizó un mitin en Guadalajara contra la educación socialista. La policía acometió contra los manifestantes. Hubo cuatro muertos y 100 heridos.

En Amatlán, Ver., se prohibió lanzar cohetes el día de la Santa Cruz, alegando que era “culto externo”. Sobrevino la protesta de los albañiles católicos y se les hizo fuego. Saldo: dos muertos y siete heridos.

La Secretaría de Educación acogió a numerosos extranjeros comunistas, tales como el catalán Antonio Seva y los israelitas Demetrio Sokolov, Fernando Wagner, Enrique Guttman, Fernando Komorsky Brod, etcétera.

Uno de los textos oficiales escolares se llamaba “Un Grito Proletario”, de Darío Marañón, que en la portada ostentaba a Lenin y a Stalin, adornados con la hoz y el martillo y con emblemas masónicos. Otro texto escolar mostraba una planta seca del hombre “que había confiado en Dios”, y una planta fresca y lozana del que en vez de confiar en Dios confiaba en el riego.

Toda la literatura escolar estaba orientada contra el que poseía algo, contra el ejército y contra la Iglesia. El reglamento del artículo tercero obligó a las secundarias particulares a escoger profesores de civismo y de historia tomándolos de una lista oficial en que figuraban sólo marxistas. En las normales se introdujeron textos y profesores adoctrinados para formar maestros comunistas de primaria y secundaria.

Los colegios católicos que se habían reabierto durante el régimen provisional de Abelardo Rodríguez fueron hostilizados casi todos clausurados, pese a la urgencia que había de sus servicios, pues más de la mitad de la niñez carecía de la escuela.

El himno soviético de “La Internacional” se cantaba en muchas escuelas públicas y hubo una campaña nacional para reclutar “maestros socialistas”.

 

Sucesos internacionales iban a frenar la lucha anticatólica en México. El presidente Roosevelt y su camarilla se dedicaron a confeccionar la causa para enfrentarse al Eje Berlín-Roma-Tokio. Se dijo que se iba a luchar para salvar tres instituciones básicas: la rebelión, la democracia y la buena fe internacional. Y, si se iba a enarbolar esa bandera, era inoportuno que en la frontera sur de Estados Unidos se libraran campañas de índole comunista.

De esa manera México iba a resultar súbitamente favorecido. El Departamento de Estado estadounidense intervino en el conflicto religioso y naturalmente los arrestos “desfanatizadores” de Cárdenas se enfriaron como por arte de magia. Lo que no había logrado la voluntad de su pueblo en muchos años de lucha, lo conseguía una voz allende la frontera norte.

Los obispos desterrados comenzaron a regresar. Monseñor Luis María Martínez fue nombrado nuevo Arzobispo y paulatinamente comenzaron a funcionar seminarios y templos que habían sido clausurados. Todas las leyes anticatólicas anteriores a Cárdenas, así como las adiciones hechas por éste, fueron quedando sin aplicación, aunque vigentes.

La media vuelta que Cárdenas dio antes de terminar su sexenio no sólo fue visible en la suspensión de la lucha anticatólica, sino que abarcó toda su política. El llamado “movimiento obrero” aplicó mutis a su campaña procomunista; cesó la administración de los líderes que ejercían en los Ferrocarriles; disminuyeron repentinamente las huelgas y los paros; amainó la educación socialista en las escuelas públicas y el segundo Plan Sexenal declaró que no podía suprimirse la propiedad privada; pero que se trabajaría para que en el futuro fuera abolida, una vez “que la situación general ofrezca el grado de libertad de acción suficiente”.

 

La economía de México había sufrido daños incalculables. Todo esto ocasionó que de 1939 a 1946 el país perdiera valiosísimas oportunidades de acrecentar las exportaciones a países que no podían abastecerse en Europa y Estados Unidos debido a la guerra. El progreso del país a partir de ese momento no fue todo lo grande que podía haber sido si no hubiera ocurrido el desbarajuste económico del sexenio cardenista.

Cárdenas dejó un déficit de 523 millones de pesos, enorme para aquella época, pues equivalía a más de todo el presupuesto federal de 1940, que era de 447 millones. Se endeudó por 154 millones de pesos, dejando la deuda pública externa en 1,289 millones, y otro aumento de 100 millones en la deuda pública interna, que quedó en 240 millones. Además, entregó los ferrocarriles en completa bancarrota y para su sostenimiento requirieron de 300 millones de pesos anuales. La industria petrolera necesitaría de constantes subvenciones oficiales para seguir adelante. Como consecuencia, se desencadenó una vorágine inflacionaria.

Pero lo peor de todo fue que dejó destrozada la producción agropecuaria de comestibles y el país tuvo que depender de importaciones a precio de dólar para cubrir sus crecientes faltantes de maíz, frijol, trigo, grasas y otros víveres. Cuando Cárdenas recibió el país, en 1934, prácticamente no había importación de comestibles; pero cinco años después ya se importaban 18 millones de pesos anuales, para alcanzar en 1944 la cantidad sin precedentes de 171 millones. No sólo se perdía ese dinero que emigraba a cambio de víveres, sino que además el fisco dejaba de percibir contribuciones por falta de producción agrícola. Por si fuera poco, el ejido necesitaba de millones de pesos en subsidios para poder subsistir.

Hasta Cárdenas, México exportaba más de lo que importaba; pero luego tendría que aumentar las compras de víveres extranjeros y esto lo lanzaría a una serie de frecuentes devaluaciones.

Las crecientes importaciones de comestibles fueron un permanente desequilibrio en la balanza de pagos y un factor decisivo en las devaluaciones de 1948, 1949 y en 1954. Todavía 14 años después de que Cárdenas había dejado la presidencia, el país estaba sufriendo las consecuencias del desplome económico que aquél había desencadenado.

Después de la expropiación petrolera, la crisis se agudizó y el peso sufrió la primera de una larga serie de devaluaciones: de 3.65 pasó a 4.52 en 1938; en 1939 a 5.18 y en enero de 1940 a 5.99. El desplome se aplazó temporalmente debido a la transitoria mejoría ocasionada por la guerra en Europa; pero al restablecerse la paz, el peso continuó rodando por el acantilado por donde se le había lanzado.

Hasta José López Portillo, declarado cardenista, dice en su libro: “Si en 1938, con motivo de la expropiación, el pueblo de México masivamente apoyó a Cárdenas, un año después se dividió y un sector considerable se declaró en su contra. Le reprochaban la educación socialista y la consecuente tendencia a socializar el sistema… la proliferación de huelgas, su tendencia a la izquierda en general. Le reprochaban la situación desordenada del campo y la ciudad.”

En tales circunstancias se perfilaron en 1939 las candidaturas de los generales Manuel Ávila Camacho, Secretario de la Defensa, Juan Andrew Almazán, comandante de la zona militar de Nuevo León, y Francisco J. Mújica, Secretario de Comunicaciones. Este último era marxista y representaba la prolongación fiel del cardenismo; pero renunció a su candidatura el 19 de julio de 1939. El mismo Cárdenas dijo tiempo después que Mújica era gran amigo suyo; pero que no podía apoyarlo porque “había algunos problemas de carácter internacional que lo impedían”.

Las simpatías populares se volcaron instantáneamente a favor de Almazán. Desde la candidatura de Vasconcelos en contra de Ortiz Rubio, al que apoyaba Calles, no se había visto en México entusiasmo igual.

Juan Andrew Almazán había servido a todos los regímenes anteriores, incluso a Calles y a Ortiz Rubio, y nunca había sido una figura popular. Si de la noche a la mañana ocurrió que las esperanzas de la nación se centraran en él, no se debió tanto a Almazán, sino a la personalidad negativa de Cárdenas.

Cárdenas prometió solemnemente que se respetaría el voto y alentó al pueblo a acudir a las casillas. La gente lo oyó hablar tan serio, tan formal, que creyó en esas promesas. Pero el 7 de julio de 1940, Cárdenas permitió y toleró que cientos de ciudadanos fueran asesinados. Las casillas fueron una trampa contra el enardecido espíritu cívico del pueblo, en las que actuaron impunemente pistoleros del régimen. Las promesas cardenistas de dar garantías no llegaron a cumplirse y tan sólo en el Distrito Federal hubo 27 muertos y 152 heridos, de un total de mil balaceados en todo el país.

Lo que siguió fue la historia de siempre. El cómputo oficial le atribuyó a Ávila Camacho 2 millones 476,641 votos ya Almazán 151,101.

Almazán había dicho que si no se respetaba el voto se levantaría en armas, y con esa intención se fue a Cuba; pero era seguido por espías estadounidenses que informaban todos sus movimientos a Cárdenas. El 27 de agosto de 1940 Almazán llegó a Mobile, todavía confiado en que Estados Unidos sería neutral y que podría adquirir armas para su movimiento.

Mientras tanto, en México se siguió y en su caso asesinó a los jefes almazanistas. Almazán se dio cuenta de las verdaderas simpatías del gobierno estadounidense y de que jamás dejarían pasar armas para apoyar una rebelión, por lo que públicamente declaró que jamás había sido su intención llevar al país a una lucha estéril. La gente, desilusionada, le dio la espalda.

Cárdenas había sido tan entusiasta servidor del gobierno estadounidense, que cuando el Embajador Daniels regresó a Estados Unidos, le envió una carta a Cárdenas, en donde le decía: "Ha ganado usted su lugar en la historia, junto a Benito Juárez".

Nunca un Presidente había hablado tanto a favor del proletariado y jamás ninguno había causado tantos daños económicos a las clases más desamparadas. El alza de salarios fue sólo un espejismo, pues jamás alcanzó a la inflación. Su influencia devastadora trascendió varios sexenios después. Así fue, realmente, el gobierno del “Tata Cárdenas”.

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